El desastre naval de Santiago de Cuba (3 julio 1898). Por Ricardo Peytaví:
Es una ciudad de calles estrechas y casas bajas, aplastada por un calor canicular casi todos los días del año. Da la sensación como en muchos otros lugares del país, de que el reloj se paró en enero de 1959, o quizá mucho antes; si no fuese por el tráfico rodado, la expansión de los barrios periféricos y otros pocos símbolos adicionales de una modernidad raquítica, se diría que Santiago de Cuba conserva el aspecto que tendría aquel domingo 3 de julio de 1898, hace hoy exactamente cien años, el día en que lo poco que quedaba de la Armada española se disponía a un sacrificio inevitable frente a la escuadra norteamericana.
Salida a plena luz del día:
Eran las nueve y media de la mañana cuando el crucero acorazado Infanta María Teresa, buque insignia del almirante Pascual Cervera, abandonaba la bahía de Santiago de Cuba. La batalla comenzó inmediatamente: a las 9,35 el "Teresa" abrió fuego sobre un acorazado norteamericano, aunque su intención era dirigirse a toda máquina hacia el Brooklyn, al que interesaba poner fuera de combate enseguida por ser el navío más rápido de la escuadra enemiga. Detrás del "Teresa" salieron en fila india (no había otra posibilidad por las características de la bahía) los también cruceros acorazados Vizcaya, Cristóbal Colón y Almirante Oquendo, con la intención de huir rápidamente hacia el oeste. Por último se hicieron a la mar los destructores Furor y Plutón, que no tenían ninguna opción ante la potencia de fuego de Estados Unidos.
El único barco que podía, en principio, ponerse a salvo era el Cristóbal Colón, al ser el más rápido de ambas flotas. Estuvo a punto de conseguirlo, pero al consumir todo el carbón de calidad, tuvo que emplear otro de menor poder calorífico; perdió velocidad y fue alcanzado por los acorazados enemigos. Su comandante decidió embarrancarlo a las 13,54 en las proximidades de la desembocadura del río Turquino, a 48 millas (89 kilómetros) de Santiago. La suerte de los otros cruceros fue similar. El "Teresa", aunque en principio hizo huir al Brooklyn, sucumbió bajo el fuego del Indiana y el Oregon. El "Oquendo" y los dos destructores sufrieron un intenso castigo desde que abandonaron la bahía y quedaron fuera de combate en poco tiempo. El Vizcaya, alcanzado por varias andanadas, decidió encallar en el Aserradero, donde le explotaron las calderas y los pañoles de munición poco después de las once de la mañana. En algo más de cuatro horas, la escuadra española del Atlántico quedó aniquilada.
Aunque la cifra de bajas nunca se han considerado muy exactas, en el bando español hubo 332 muertos y 197 heridos; en el norteamericano un muerto y unos pocos heridos. Los daños que sufrieron los navíos de EE.UU. fueron escasos. Jamás se había visto algo parecido en la historia naval. Muchas toneladas de papel se han impreso en los últimos cien años para tratar de explicar lo sucedido aquel día. En la parte española siempre ha prevalecido la idea de que la escuadra del almirante Cervera se enfrentaba a una fuerza infinitamente superior, y que sus barcos eran viejos y estaban mal equipados, pero eso no es del todo cierto. El "Teresa", el Vizcaya y el "Oquendo" habían entrado en servicio en 1893, sólo cinco años antes, mientras que el "Colón", el Furor y el Plutón fueron botados el año anterior. Los barcos españoles tenían una coraza y armamento más ligeros que los norteamericanos, pero también eran más rápidos. Se trataba en ambos casos de flotas modernas aunque construidas con una concepción distinta. España necesitaba buques capaces de trasladarse con rapidez a sus posesiones de ultramar, no sólo en el Caribe, sino también al otro lado del mundo, en Filipinas. Estados Unidos, al carecer de un imperio ultramarino, optó por barcos más pesados pero también menos ágiles. En principio, ninguna de las dos armadas tenía ventaja sobre la otra. Todo dependía del tipo de combate naval que se entablase, pero tanto en Cavite (Filipinas) como en Santiago de Cuba, las circunstancias le dieron una ventaja aplastante a los navíos yanquis.
El justificado pesimismo de Cervera:
A estas alturas, los historiadores tienen pocas dudas de ue el pesimismo secular de Pascual Cervera fue decisivo no ya para la derrota en sí (algo difícil de evitar), sino para la forma tan rápida con que ésta se produjo. Cervera fue a Cuba a regañadientes. El 20 de abril de 1898, cuando la flota española se reunió en las islas de Cabo Verde, le recomendó al ministro de Marina que en vez de zarpar rumbo al Caribe, resultaba más aconsejable trasladar la escuadra a Canarias, para defender este archipiélago (e incluso costas peninsulares) de un posible ataque norteamericano. Sin embargo, el 24 de abril el Gobierno le ordenó que saliese hacia las Antillas. En el mismo mensaje se le informó que la bandera de estados Unidos era enemiga. Cervera preparó los barcos y zarpó el 29 de abril. Antes, le escribió una carta a su hermano en la que, entre otras cosas, le decía :
"Vamos a un sacrificio tan estéril como inútil; y si en él muero, como parece seguro, cuida de mi mujer y de mis hijos.
El pesimismo de Cervera contrasta con la euforia que se vivía en España- la población, enardecida por una prensa patriotera, estaba convencida de que la escuadra española no sólo derrotaría a la norteamericana, sino que incluso bombardearía y bloquearía algunos puertos de ese país. El 19 de mayo la escuadra norteamericana arribó al puerto de Santiago de Cuba. Era un lugar seguro, donde al enemigo le resultaba casi imposible entrar, pero del que resultaría muy difícil salir si la escuadra norteamericana establecía un bloqueo, como así fue. El 25 de mayo, Cervera envió un telegrama al ministro de Marina en estos términos:
"Estamos bloqueados. Califiqué de desastrosa la venida para los intereses de la Patria. Los hechos empiezan a darme la razón. Con la desproporción de fuerzas, es imposible ninguna acción eficaz. Tenemos víveres para un mes".
Lo que ocurrió entre esa fecha y el 3 de julio ha dado pie a debates apasionados a lo largo de un siglo. La pregunta es por qué salió Cervera si las posibilidades de escapar eran mínimas, y la respuesta siempre es la misma: porque se lo ordenaron. La propia defensa de la ciudad ya resultaba delicada. Parte de la dotación de los barcos fue desembarcada para apoyar a la infantería y luego reembarcada justo antes de que la escuadra se hiciera a la mar. Se corría el riesgo de que las tropas yanquis, apoyadas por los mambises, se apoderasen de la entrada de la bahía y encerrasen a la escuadra. Otros historiadores, como el cubano Enrique Pérez-Cisneros, hablan de que el Gobierno de Madrid temía que Cervera se rindiera sin combatir. En la metrópoli se prefería una derrota honrosa en el mar. Sea como fuese, resulta incomprensible que los barcos españoles zarpasen a primera hora de una larga jornada de verano, en vez de aprovechar la oscuridad de la noche o incluso un día de mal tiempo que dificultase el bloqueo. Lejos de eso, se enfrentaron a una poderosa escuadra en el peor momento, eso sí, después de haber asistido a misa y de gritar "¡Viva España!". Lo que sucedió inmediatamente fue una derrota que nadie trató de evitar. De hecho, cuando el Cristóbal Colón fue hundido por sus tripulantes para que no fuese apresado por el enemigo, apenas había sufrido daños. (Ricardo Peytaví)
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